Sergio Cilla comparte con nosotros El Show de Lucy, un nuevo relato de su colección “Historias de Mujeres”, y nos pasea por las obsesiones y las decisiones de una ama de casa durante los años 50.
Arte: Magaly Avila
El Show de Lucy
Helen abrió la tapa del horno para revisar el pavo. Necesitaba un par de horas más, y eso la ponía muy ansiosa.
Recorrió con la vista toda la cocina, como recitando de memoria el menú, y confirmó por tercera vez que todo estaba listo, excepto el pavo. Se paró en la puerta que unía la cocina con el comedor, y repasó con su mirada la mesa. Estaba perfecta. Había elegido los colores del otoño para decorarla en el día de Acción de Gracias.
Caminó unos pasos hacia el living, y volvió a mirarse en el espejo del hall de entrada. Todo estaba en orden. Pensó que quizás necesitaba un poco más de spray para el cabello, pero se lo agregaría cuando subiera a su cuarto. Aunque la incomodaba tener que esperar, sabiendo que todo no estaba exactamente en su lugar, como ella esperaba.
Estrenaba delantal. Era de color azul, con la estampa de la cara de Lucille Ball en color gris claro, y una leyenda en colorado que decía: “Yo amo a Lucy.” Lo había elegido porque el azul y el rojo combinaban con los tonos ocres de la mesa.
No se perdía el Show de Lucy por nada del mundo, y estaba por comenzar en veinte minutos, así que tenía el tiempo suficiente para ver si tenía que retocar algo del plan para la comida. Este año estarían todos, vendrían sus dos hijos con sus parejas, y los únicos dos nietos que tenía. Serían ocho, el número perfecto, con todos los espacios de la mesa ocupados.
En ocasiones, organizaba comidas para agasajar a algún otro matrimonio amigo, pero siempre tenía en cuenta que fueran números pares, para que la mesa no quedara imperfecta.
A Helen le encantaba cocinar, pero en realidad disfrutaba más de la planificación y de la organización, ya que el cocinar podía llegar a estresarla un poco. Solía hacerse listas de lo que iría a comprar, y de qué cocinaría y cuáles ingredientes utilizaría.
De pronto sonó el timbre de la puerta de entrada, y Helen observó hacia todos lados como totalmente confundida y desorientada. No esperaba a ningún invitado hasta dentro de una hora y media. Lo había planeado de esa manera, para poder mirar su show favorito, luego conversar con su familia en la sala con unos canapés, comer la entrada en la mesa principal, y a continuación sacar el glorioso pavo del horno.
Fue hasta la entrada y volvió a mirarse al espejo. Intentó soltarse el delantal, pero había planeado tenerlo puesto mientras miraba el show, y sacárselo cinco minutos antes de que llegaran sus hijos. Ellos sabían muy bien que su madre adoraba el orden y la puntualidad.
Decidió sacárselo y corrió apurada hacia la puerta, ya que el timbre había sonado tres veces.
-Mamá… ¿qué pasaba que no abrías la puerta? Ya me estaba preocupando -le dijo Sabrina, su hija mayor, mientras empujaba a sus dos hijos y a su esposo hacia el interior de la casa-. Saluden a la abuela.
-Hola… -respondió Helen con un tono de voz muy bajo, parada al lado de la puerta con una pose que siempre ensayaba, aunque esta vez se la podía ver muy tensa. Estaba totalmente confundida, y no sabía cómo reaccionar-. No los esperaba hasta dentro de una hora y media.
Sabrina, con un gesto de total disconformidad con su madre, la tomó de un brazo y la empujó hacia la cocina, y le gritó a su esposo y a sus hijos que se acomodaran en la sala y vieran algo en la televisión.
-¡No! -gritó Helen, que seguía sin saber cómo contestar ante tal invasión de parte de su hija-. Ahora está el Show de Lucy.
-Qué show ni show, mamá. Vine antes para que pudiéramos hablar un momento a solas antes de que llegara papá -la corrigió Sabrina, susurrándole, pero sin dejar de ser firme y perseverante.
Su hija se sentó en la cabecera de la mesa de la cocina, y dio unos golpecitos sobre la silla que estaba al lado, invitando a que su madre se sentara junto a ella. Helen seguía sin saber qué hacer. Caminaba lentamente, con dudas, y sin emitir ningún sonido, sin saber si debía subir corriendo a ponerse un poco de spray, como había planeado, o si tenía que entrar a la sala, echar a todos de su sillón, sentarse a ver su show, y pedirle a Sabrina que por favor volvieran en una hora.
Seguía con el delantal puesto, y lo miraba sin poder accionar algún tipo de gesto, palabra o actitud.
-Mamá, ven acá, siéntate a mi lado y hablemos de una vez de lo que pasa con papá -le espetó Sabrina con un tono enérgico.
Helen le obedeció, con un silencio indiscutible. Se sentó suavemente, acomodando su falda, cruzando las piernas por un costado, estirando el delantal. Se miró las uñas, para ver si todas lucían perfectas. Su mirada se enfocaba en las manos y en la mesa.
-¡Mamá, presta atención! -le gritó Sabrina, perdiendo la paciencia por completo-. Papá tiene una amante. ¿Qué vamos a hacer? O mejor dicho, ¿qué vas a hacer?
Helen no respondió. Levantó la vista y vio en el reloj que el Show de Lucy había empezado hacía cinco minutos. Comenzó a frotarse las manos, que le transpiraban mucho, y a tratar de acomodarse los cabellos que pensaba podían estar fuera de lugar.
-Resulta que yo paso a saludar a papá por la oficina, y cuando voy a entrar veo a su secretaria sentada sobre las piernas de papá -comenzó a relatar Sabrina con total verbosidad-. Cierro la puerta para que no me escuchen, vuelvo a casa, te llamo por teléfono para contarte, y ¿qué me dijiste? Que tenías que terminar la cena. Cito textualmente: “No puedo hablar ahora, Sabrinita. Tu padre está por llegar en quince minutos y tengo que terminar la cena”.
Helen seguía sin responder, observando el reloj de reojo, sin ningún tipo de reacción ante el tono burlón de la hija.
-¡Mamá, reacciona! -gritó Sabrina, dando un golpe tan fuerte sobre la mesa, que hizo que Helen tuviera que sostenerse de la silla para no caerse.
-Sabrinita… hay cosas que no entiendes todavía, eres muy joven… -comenzó a balbucear Helen, en un volumen muy bajo.
Sabrina optó por quedarse callada, como estrategia para que su madre hablara.
-Yo hago lo mejor que puedo para que todo esté perfecto -continuó Helen, acariciándole el brazo suavemente mientras hablaba-, la casa limpia, la ropa perfectamente lavada, planchada y perfumada, la comida para tu padre…
Helen miró hacia la pared para volver a ver la hora, pero se cruzó con la mirada furiosa de una Sabrina que no podía contenerse, y volvió a bajar la mirada.
-Y quizás hayas visto mal, ¿no? -agregó Helen con un tono muy inocente-. Es posible, ¿no es cierto?
En ese momento se sintió ruido a llaves y la puerta de entrada que se abría. Helen saltó de la silla.
-¡Ahí está tu padre! -gritó de manera eufórica.
Se acercó a su hija y la abrazó y le besó la cabeza.
-Él sabe cuánto me gusta que se apure para que veamos el Show de Lucy juntos -remarcó con una sonrisa de oreja a oreja, esta vez acariciando la mejilla de su hija suavemente-. Todo está en su lugar, Sabrinita, no te preocupes, todo está bien. ¡Querido! ¡Qué suerte volviste temprano!
Sergio Cilla
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