Convertí esta historia en cuento después de escuchar a personas que, como otras miles, sufrieron y perdieron durante las trágicas inundaciones del año 2013. La imagen de dos ancianos me persiguió y el alivio llegó cuando pude transformarlo en letras y palabras.
Solos
Licha y Pedro eran dos hermanos que vivían juntos en una casita de una planta y con lo justo. A esa edad donde todo ya está jugado, llevaban las carencias con una sonrisa. Evitemos decir pobreza digna porque la pobreza nunca es digna. Todas las noches, uno de los dos llamaba a la casa de comidas y la conversación era más o menos la misma… cuatro empanadas, a veces cinco, que un ciclista les traía a los pocos minutos. Dos de carne y dos de verdura, un lujo diario, premio a una trayectoria de empleados cumplidores que se terminó en el mismo día de la jubilación.
El sol casi siempre aparecía en el dormitorio de Licha. A Pedro, en cambio, la penumbra de la parra no lo afectaba. Al fin y al cabo eran dos hermanos que en su vejez seguían tratándose con respeto y cariño como cuando jóvenes.
Una noche en la que Pedro se tomó dos vasitos más, dijo: “Te prometo que voy a estar con vos hasta el final” Se fueron a dormir en silencio y se sintieron dignos. La noche siguiente los esperaba con empanadas y vino común. A veces, los chicos de la pizzería no les cobraban. Fueron dos años de clientes fijos de un lado de la línea y de otro, esa parejita que juntaba peso a peso para pagar sus cuentas.
Las nubes amenazaron el barrio de la casa de Licha y Pedro y también, a la joven pareja y su negocio. El agua cayó del cielo como desgracia, sin parar, y las calles se transformaron en salvajes ríos de montaña. La correntada se metió con fuerza en lo de los viejitos y tiró abajo la mesa donde Licha de parapetaba. La anciana desoyó a Pedro y salió por el pasillo para ver qué hacer. Le costó llegar a la vereda, esa franja de baldosas de su infancia, ahora invisibles. Pedro apenas la alcanzó a tomar de un brazo pero Licha se fue calle abajo, girando en un remolino de hojas, agua y mugre. Pedro salió detrás de ella, quizás sin esperanzas de salvarla pero con el propósito de cumplir con aquella promesa y también se dejó llevar.
A la mañana siguiente, Licha fue encontrada por la calle 16 y Pedro, seis cuadras más lejos, callados para siempre. El agua comenzó a bajar y la parejita rearmó como pudo el negocio con la ayuda de hermanos y amigos. La máquina se puso a funcionar y en una medianoche de buenas ventas, los dos se miraron como prometiéndose lealtad eterna. La misma que aquellos viejos.
Jorge Repiso
Arte: Toni Frissell
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