"Mucha gente, mucho entorno como perspectiva. El personaje pudo entrever como serĆa su vida dentro de los acotados lĆmites de una barriada. Algo falló. Fue un quiebre de Ć©poca o acaso, una forma distinta de pararse en ese mundo. Cuando la soledad es irremediable destino, de poco sirve rebelarse"
Sordo ruido
De pronto, los amigos de la agrupación cambiaron sus semblantes y emprendieron la retirada por una calle lateral. En un segundo, la realidad viró y el Gringo no entendió lo ocurrido o quizĆ”s, no quiso entenderlo para que doliera menos. Algo se habĆa roto y al Gringo se lo veĆa aislado. Le hervĆa la cabeza y de tanto en tanto, se sentaba en el cordón de la vereda a tomar aire. Aturdimiento, sonidos sordos, miraba a la gente alrededor sin poder definir rostros o ropas. Una historia de fĆŗtbol en el campito, de campamentos llenos de mĆŗsica y de un modo de vivir la vida ya no tenĆan sentido.
Algo se habĆa desinflado en el Gringo, tamaƱa desilusión a sus 20 aƱos reciĆ©n cumplidos. Durante una frĆa noche se largó a caminar por la ciudad y se perdió en los suburbios mĆ”s sombrĆos hasta terminar en un bar madrugador. Hizo un balance; un bien pago trabajo de tornero, la casa de sus padres que algĆŗn dĆa heredarĆa, sus amigotes de la primaria, los compinches de las luchas, InĆ©s, la novia de siempre, y un ligero inconformismo. Salió del bar y volvió a vagar, esta vez por mucho mĆ”s horas. ĀæQuĆ© te pasa, viejo? ĀæNo tenĆ©s nada para decir? Sus colegas lo azuzaban en los vestuarios del taller y el Gringo, como si no tuviera nada mĆ”s por decir. Caminaba rumbo al torno a trabajar en el mĆ”s absoluto silencio y detenĆa sus tareas para ir al baƱo. Un ruido continuaba en su cabeza y no era el de las mĆ”quinas, ese mismo ruido que desaparecĆa cada vez que imaginaba un extenso campo.
El barrio quedó atrĆ”s y a medida que el ómnibus avanzaba, el sonido. Sus padres vieron esa maƱana la cama desecha, igual que siempre. InĆ©s gastó las suelas de sus zapatos de tanto averiguar por Ć©l. En las reuniones se extraƱaba su presencia seca y precisa. El Gringo vió extensiones cultivadas por primera vez en su vida y se bajó en el primer pueblo que le cayó bien. A los pocos dĆas, depositó todo su dinero en una casa arrumbada y con un lote de tierra, a pocas cuadras del centro. Dio lo mismo para el Gringo estar solo o en compaƱĆa hasta que un dĆa se puso a conversar con la hija del tractorista. Pocas palabras y mucho afecto mientras el sitio y los Ć”rboles verdeaban, los limones crecĆan con fuerza y las papas empujaban el suelo hacia arriba.
Las cosas se acomodaban con muy poco al tiempo que el Gringo escapaba de la escasa vida social del lugar. Nunca asistió a una ronda de naipes, tampoco a vueltas de copas en un boliche. JamĆ”s leyó un diario y las noticias, sea por tierra o por aire, no le interesaron mĆ”s. Un quiebre con la realidad que algĆŗn facultativo podrĆa haber estudiado. El Gringo no molestaba a nadie pero todos hablaban de Ć©l. Despertaba sospechas su andar y los monosĆlabos y ante un mĆnimo comentario o pregunta, optaba por cerrarse o huir. Pasaron quince, veinte aƱos, y no cambió. Los demĆ”s tampoco. Las horas pasaban por delante de la puerta entreabierta de su casa, las camionetas levantando polvaredas ya no eran tan cuadradas y andaban rĆ”pido, los hombres lo miraban al pasar pero al Gringo nada le importaba. Se ató a la rutina sabiendo que su mujer vendrĆa a las siete cuando abandonaba su puesto en la central telefónica. Una rutina de siglos.
El Gringo contaba ahora con 48 aƱos y aparentaba ser mĆ”s viejo. Se dispuso a regar las plantas un mediodĆa cuando al ver el espantapĆ”jaros sintió deseos de sentarse. Escuchó a una pareja de aves, muy lejos, y al avión de las propagandas que rugĆa en el cielo. Dora vendrĆa a almorzar pero no llegó y tampoco apareció por la tarde. A medida que el sol se ponĆa, se hacĆa mĆ”s grande y rojizo, y Dora que no llegaba. Tanta soledad desde aquella tarde en la ciudad donde todo se quebró, el recuerdo de la plaza de las hamacas, las ilusiones, InĆ©s y los Ćŗltimos aƱos, tan aislado y contento.
Quien sabe cuĆ”nto tiempo durmió. Quedarse tirado en la mecedora, entregado, esperando el nuevo dĆa. Dora no estaba, tampoco los pĆ”jaros y el avión. El Gringo sonrió apenas y volvió a dormirse. No hubo otra cosa que aquel ruido interno. Tampoco y aunque sea, algĆŗn perro que le ladre.
Jorge Repiso
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