Un conventillo en un barrio cualquiera de la gran ciudad. Una vida de puertas abiertas y chismorreos donde casi todos se conocían. Un monólogo de los de antes, pronunciado por esos personajes que gastaban las suelas de sus zapatos de tanto ir y venir de una esquina a la otra.
Le indico cómo llegar
“Tiene que caminar dos cuadras por la avenida y doblar a la izquierda por la calle empedrada, esa de los rieles del viejo tranvía. De ahí, hágase una cuadra y media, no me acuerdo bien la dirección, y al ver una puerta de madera y sobre ella una inscripción labrada en el cemento, entre sin llamar y recorra el pasillo. Para no quedar como un maleducado agite las palmas, así lo escuchan. Si llega a ver salir alguna ama de casa que lo invita a pasar, vaya derecho bordeando la pared y las plantas hasta que se choque con una pared. Va a toparse con un patio sobre nivel cubierto por una enorme parra y al fondo, un bañito con un piletón afuera. Cuidado con las baldosas, hay algunas flojas. Va a ver tres o cuatro piecitas cerradas con candado de las cuales conozco sólo una. Mire con cuidado al caminar, ya que podría tropezarse con alguno de los chicos del vecindario que juegan en el piso y están por todas partes. La gente de ese lugar es pacífica, no tema. Hable nomás. Le van a preguntar solamente por qué razón usted busca a quien busca, ya que ese individuo no vive en ese lugar. Agarre un banquito de los que andan sueltos y siéntese a esperar a que ese alguien llegue. Generalmente, le aconsejo, llega por las tardes. Lo va a reconocer por la ropa y su cabellera. Usa pantalones grises, camisa clara y chaleco. Anda siempre con las llaves en las manos para abrir su cuartito, multiplica las eses para hablar cuando saluda y su pelo es platinado de tan blanco. Levántese y dígale a qué fue y por qué caminó hasta quedarse sentado, y reclámele al canoso ese lo que le debe. Es posible que tenga éxito después de mucho insistir o de mucho esperarlo. O más fácil aún; es posible que se vaya con lo suyo después de encontrarlo apoyado en el buzón de la esquina. No hay de qué, señor. Para eso estamos los vecinos, para ayudarnos. Menos mal que me encontró a mí y no le preguntó al vendedor de diarios. Si precisara ir a algún otro lado dentro del barrio, estaré aquí. De nada, de nada, no tiene por qué. A sus órdenes. ¿No le ofende si le cobro unas monedas?”
Jorge Repiso
Arte: @jlgomezlinares
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