Un día de MARZO del 2001, pasó algo que me hizo pensar hasta donde podía tener un límite las propias angustias, de cuando la fallida comunión entre dos seres que alguna vez se conjuraron un amor verdadero, sólido e indestructible, se vuelve inescrutable y te das cuenta que ya no tiene sentido. Donde recuerdas lo que lo formó, lo que lo hizo y luego de un de repente se desploma a la vista de los días. Te sientes cansada, derrotada por las circunstancias y peor aún, piensas que todo el esfuerzo acumulado de la lucha se vuelve inútil como una misma. Los años vencen la audacia de la inteligencia y aunque no fuesen muchos, vez en el espejo que ya estas mutilada en los sentidos, en la razón y así los agónicos sentimientos pierden aquel juicio que los hace estimular y los entierras vivos en el cementerio de los anhelos perdidos.
Ese día, nos destinamos a pasear a mis tres hijos, haciendo un paréntesis a nuestras luchas inagotadotas de competencia, de quién era el que llevaba la batuta y autoridad moral para callar nuestras voces de culpabilidad e inocencia; lo sentía perdido todo, desganada de lo que ya era inevitable y no me quedaba mas remedio que resignarme a esperar a que llegara la perspectiva simbolizada para rescatarme de la abolición, llevaba conmigo un libro que era si acaso mi discreto confidente. Pretendía que al menos aquel compendio me diera las respuestas necesarias para comprender los porqués, del cómo y el cuándo. El amigo leal del conocimiento y la razón.
El titulo para empezar es alentador, así como la fuerza de su escritura. “Conocer a DIOS” el viaje del alma hacia el misterio de los misterios, (Deepak Chopra).
Vivíamos en un lugar paradisíaco, cerca de la costa de Acapulco, ese día nos dirigimos hacia Pie de la Cuesta. Dividida por la carretera yendo del sur hacia el Sol naciente, del lado izquierdo se posaba el mar abierto y del lado derecho la Laguna de los Pájaros.
Llamada así porque era asombroso la estadía de los pájaros de todo tipo posados en los copos de los árboles, migraban a temperaturas mas cálidas y así podían descansar de su travesía hacia nuevos horizontes.
Nos ubicamos en un restaurante cuya extensión era de ambos lados, así, que tanto podíamos estar del lado del mar, como quedarnos a embarcar en la laguna, el cual tenia una alberca y regaderas donde consideramos que los niños podían pasar mejor momento, ya que el mar sorprendía con su marea alta por el clima que se avecinaba. Nos sentamos en una mesa situada en un balcón con vista al embarcadero. Ahí, al menos me conciliaba el viento y el bálsamo del paisaje.
Las pericias de una magnífica familia, no se hicieron esperar. Claro está, hacer el ridículo en pretender aclarar, discutir, conversar, no era precisamente lo más acertado del momento, íbamos con el único objetivo de que los niños pudieran disfrutar una tarde más de verano. Así que, en lo personal, divagué con mis pensamientos y el estado de ánimo no me indicaba mas que permanecer atenta a ellos y a mi misma, al dormir las rebeldías acumuladas de tanto tiempo.
Me mantuve abstraída, silenciosa y poco afable como no era costumbre. Esperando a que pudiera tener al menos un poco de intimidad con el libro que cargaba.
En esa introspección, admiré alrededor de los cielos y el cobijo del horizonte, un día que a pesar de la tormenta interna, era bello el exterior. Contrastante diría yo. Del lado del mar, posaba el claro cielo azul con el majestuoso e imponente Sol, irradiando la fortaleza de su luz y calor a todos aquellos huéspedes que recibía ante su beldad. Y del lado de la laguna, pareciera que me acompañaba él ánimo de la subsistencia, de la mía propia. Se observaba a lo lejos enormes montañas boscosas y una nube negra que las cubría para bañarlas de su hierático llanto.
Antes de comer, el papá de los niños, los incitó para hacer un pequeño paseo en lancha por los alrededores de la laguna, cosa que a mi me pareció ideal ya que no me sentía buena compañía. El cotidiano dinamismo y picardía que revisten el genio peculiar no los llevaba conmigo. Aguardé en la mesa, con mi libro, mientras que ellos emprendían su inolvidable experiencia.
Aquellos momentos de soledad, francamente tan apetecidos por mí, asentí el vértigo de los sentimientos reprimidos, como cuando en la adolescencia te sientes incomprendido, caprichoso, impotente de todo y de nada, inútil y abnegada. Pero sigilosa y aguardando el día. Con un adormilado sosiego para despertar en otro misterio más de los misterios de Dios…
Mientras que ojeaba el libro, que para ser sincera, lo leía a ciegas, mi atención fluctuaba en los murmullos y risas de las mesas continuas, de ahí, que comenzó a caer una ligera llovizna que llegaba hasta la mesa donde me encontraba. Las nubes se acercaban hacia el mar, mientras que posado el Sol, marcaba una franja divisoria entre el brillo y la oscuridad. Intuí que el Arco-iris podía posarse en cualquier momento tan cerca de aquel lugar.
Al pasar la lancha frente a mí, escuche las lejanas voces de mis hijos quienes me llamaban y correspondía el espontáneo saludo que con la mano simultáneamente nos dimos. Al mismo tiempo, al levantar la mirada observe la magnificencia inesperada. Lloviznando por mi lado y el Sol a mis espaldas, pude notar poco a poco la formación del arco-iris en su pleno esplendor a un costado de la laguna. Era inmensamente bello, con sus encantadores colores. Podría asegurar que su magnitud era escalable si éste fuera sólido. Vaya regalo que del cielo a nacido y lo tomé por mío…
Cerré el libro y no quise virar a otro lado que no fuera el principio y el confín celestial del multicolor. Si pudiera escalar me hubiese marchado, o siquiera volar, para llegar a él, buscar el mito del tesoro escondido y hallarlo real…
Los rayos del sol, alcanzaban ya a la laguna como disipándose aquella amenaza de depresión tropical e implicaba los rayos a que se hiciera la luz al espejo del agua con finos retoques de frescura pluvial.
Al asumir esa asombrosa experiencia, inimaginable, pensé en cuestión de segundos, que sólo faltaba que pasara una Ada cruzando aquel olimpo para completar el furor que hizo olvidarme por varios minutos de la realidad. Y pareciera que esa utópica visión, era el cuento de los tres deseos esperados, creciente ante el fulgor de la nostalgia y la desilusión.
Sin embargo, una parvada de gaviotas selló una razón más en su vuelo. Al verlas elevadas al cielo, bajaron súbitamente haciendo una suerte al aire en forma de cruz y al pasar frente a un reflejo de los rayos del sol, aseveró a la imagen, un ángel de silueta masculina, cruzando el magnánimo arco-iris, con sus brazos extendidos y sus pies perfilados, brillando como el oro póstumo a la libertad.
Fueron solo segundos. Donde mis ojos no podían creer el regalo que los efectos del paisaje o Dios mismo tendieron para mí. Mostrándome la complicidad que la naturaleza y el ser humano asumen a través del alma, de lo que en el corazón habita y puede transmutar, su belleza interna brilla, en añoranza de la atesorada Fe. Tal vez, los guardianes de aquel místico tesoro del arco, sea el idílico relato que autores de esos tantos cuentos, han plasmado; el secreto oculto a la vista del cosmos, descifrado por pocos.
No pude compartir en ese momento mi gran entusiasmo, ni mi credulidad, callé, pero comprendí que el susurro del cielo, me hizo recordar que estoy viva y que el decreto de la vida está en que aun a pesar de la negrura siempre habría la conciliación y el albedrío de cruzar el arco-iris que yace dentro del alma a lo que Dios mostró ante aquel escaparate de felicidad y el milagro del despertar, está en manos, del que desea soñar…
Marilú Zanella
19/05/06
“El secreto de Dios: acercó sus labios a mi oído y no me dijo nada”
(Jaime Sabines)
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