María de medio siglo ~ China Contino

En este cuento de 2 capítulos, la China Contino, nos lleva a varias etapas de una mujer que en un momento decide realizar algunos cambios y aggiornarse al mundo que nos toca vivir.

María de medio siglo

Aprendí a leer tempranamente. Así comenzó mi calvario. En la escuela primaria prefería ir a la biblioteca en vez de jugar, y eso, aburría a mis compañeras que elegían tener una conducta “normal”. Es que no me satisfacía hablar sobre televisión, chismes o algo por el estilo. En la secundaria no me fue mejor, y en Lengua y Literatura, cada buena nota obtenida suscitaba comentarios como: “A María sólo la entiende la profe”, o “María nos hace quedar mal con un vocabulario rebuscado”. Por suerte, en las demás materias era una buena alumna y nada más si no me hubieran mandado al paredón sin miramientos. Claro que cuando había un acontecimiento que requiriera de alguna glosa, era yo quien debía redactarla y leerla, y tenía que soportar las adulaciones de quienes me consideraban fugitiva de alguna nave alienígena.

A los dieciséis años me puse de novia con Enrique, un muchacho a quien también le gustaba leer y a pesar de vernos muy poco, nos escribíamos cartas una vez por semana. A los pocos meses descubrí que uno de los poemas que Quique se atribuía, era de un autor clásico y me odié por conocer el nombre del autor real. A partir de esa mentira perdí un poco el interés en escribirle pero seguimos adelante y a los veinte me casé. En las reuniones de amigos los temas generales eran el trabajo y las finanzas personales con respecto al consumismo que por ese entonces atribulaba a media humanidad (¿Igual que hoy, no?). De libros o temas interesantes sólo alguna frase deshilvanada. Me sentía sin poder meter un bocadillo porque ¿sobre qué tema debatiría si no leía magazines de economía, diarios o novelitas románticas? Y esta manía mía de querer encontrar amigos lectores fue una utopía eterna, no porque no haya sino que los busqué en lugares equivocados.

Yo impartía clases en dos colegios secundarios como profesora de idiomas y Quique era técnico en una empresa. Pasó lo previsible, once años después y con un bebé recién nacido, nos separamos, porque yo pensaba demasiado y eso lo desmerecía según su criterio. Me sentí detractora del libre albedrío ajeno un buen tiempo. La próxima relación sería algo simple. Y así me uní a un electricista. Bueno, elemental y tramposo como la mayoría de los hombres. Duramos juntos doce años, mil veces más de lo que yo hubiera apostado. A partir de ahí, traté de recuperar cosas que había dejado de lado. Seguí dando clases en forma particular y así pude dedicarme más a mi hijo y tener más libertad de horarios.

Mis amigos de siempre no entendían para qué seguía estudiando y jamás me interesó hacérselos saber. Me acosaban con frases como: “tanta literatura anula la realidad”, que “la era tecnológica borró todo conocimiento primitivo”, que me detuve en el tiempo… La verdad, me cansaron. No quería olvidar a tantos autores de todos los tiempos. ¿Cómo enterraría a Sartre, a Prévert, a Cortázar, a Onetti, al querido García Lorca, a los Wilde (Oscar y nuestro Eduardo) sin provocar un colapso en mi sistema neurológico?

Fin de la primera parte. Continúa aquí con la segunda parte de este relato: María de medio siglo II

China Contino

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