Desdémona por Mario Badone

Cuando en todo el mundo se discute sobre la violencia de género, no existe otra pieza de teatro que, luego de de 400 años, continúe siendo tan actual y contemporánea como “Otelo, El Moro de Venecia” de William Shakespeare. En ella, su protagonista, Desdémona, es victima de los celos de su marido, Otelo, y las manipulaciones de su antagonista, Yago. Desdémona es un claro ejemplo de la mujer objeto, presa de un destino que, a fuerza de amargura, no puede ser más que trágico: primero, es vista como posesión de su padre, contra el que eventualmente se revela; y luego, de su esposo, quien, instigado por Yago, caerá preso de los celos y comenzará a hostigarla con sospechas infundadas y malos tratos.

Desdémona es una joven veneciana, una muchacha hermosa de tez blanca; es la posesión más valiosa y el orgullo de su padre, pero rechaza al candidato con el que este pretende que se una en matrimonio. Por el contrario, se casa con Otelo, un moro mayor que ella, un extranjero de piel oscura al margen de la sociedad veneciana. Con esto, desafía a su padre e incumple con el rol de hija obediente impuesto a la mujer, y se rebela contra una sociedad que se opone a los matrimonios entre razas.
Desdémona, a lo largo de la obra, sufre un cambio dramático: pasa de ser una mujer rebelde, con espíritu de aventura, a una mujer sometida, victima de los abusos de su marido. Cuando Otelo debe viajar a Chipre para cumplir con sus funciones militares, ella insiste en acompañarlo. No desea permanecer en su casa, ajena a la aventura y la acción. Recordemos que al enamorarse de su esposo, ella queda fascinada por sus relatos heroicos, llenos de peligros y desafíos. En su fuero más íntimo, Desdémona sueña con las aventuras a las que los hombres pueden aspirar sólo por su condición de sexo y genero; y por tal, en una de las primeras escenas de la obra, ella le ruega a los cielos “que le hagan un hombre”; sólo así podría ser libre para desarrollar una vida tal y como la sueña. Por el contrario, debe conformarse con ser la esposa de un gran militar. Al menos, de esa manera, podría acompañarlo a nuevos territorios y ser testigo de sus hazañas militares.

Sin embargo, todo prospecto de una vida excitante, plena de acción y romance, acabará con la llegada del matrimonio a Chipre. Allí, la luz vital de Desdémona comienza a apagarse. Sobre ella, se ciernen las especulaciones de Yago, quien desea ganarse la confianza del moro para conducirlo hacia su propia destrucción. Desdémona es vilmente acusada de ser infiel a su marido y, en lugar de defenderse con garras y dientes, con ese espíritu rebelde que la caracterizaba al inicio de la obra, comenzará a debilitarse poco a poco, como si perdiera toda voluntad de vida. Desdémona duda sobre sus propias actitudes y acciones; se pregunta qué ha hecho mal, cuáles son los motivos que han llevado a su esposo a maltratarla, qué puede corregir o evitar hacer para complacer a su marido. Al final de la obra, Desdémona está tan abatida y confundida que se entrega sin amparo a su destino fatal. Como la lumbre de una vela o una lámpara, la llama de Desdémona se apaga entre las manos de Otelo. Quien brillara en Venecia como una de las luces más resplandecientes y hermosas, con ánimos para desafíos y aventuras, se extingue tristemente, dejando el recuerdo de una mujer tomada por objeto, maltratada, presa de un destino trágico y asfixiada por un mundo de hombres, sus egos vanos e intereses mezquinos.

Mario Maximiliano Badone

Imagen de Armando Cantú Guerra

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