Traiciones múltiples II ~ Mónica Gómez

Aquí la segunda parte de este atrapante e inquietante relato, cuya historia sigue desarrollándose en medio de revelaciones desconcertantes. ¿Quizás podramos hacernos una idea de quién o quiénes fueron los culpables de que Agatha terminara en el hospital con un cuchillo clavado en su vientre?

Si no has leído la primera parte, comienza aquí: Traiciones múltiples I

Traiciones múltiples  II

El día que fue por primera vez a la empresa, los casi cincuenta empleados la recibieron con un gran aplauso en el enorme hall de recepción. Sonrisas, abrazos, palabras emocionadas, sí, pero ella – que es muy observadora – notó que nadie le mantenía la mirada. Cada vez que miraba a alguien a los ojos, bajaban la vista, como si estuvieran ocultando algo. Caminó el ancho pasillo flanqueado de gente hasta llegar a su despacho. El último trecho estaba sin gente y sintió cómo detrás suyo se ahogaban los aplausos y saludos, dando lugar a una especie de silencio ensordecedor. Abrió la puerta y encontró a Norah sentada en su escritorio (‘su’ escritorio de ella, ¡de Agatha!) y Charlie en lo que había sido el escritorio de Norah.

-¡Qué alegría tenerte de vuelta! –saltaron ambos a abrazarla.
-¿Me pueden explicar...?
-Vení, vení, no te canses –le dijeron tomándola de los brazos y sentándola en un enorme y mullido sillón que jamás había estado allí.
-Bueno, mirá –comenzó Norah- resulta que en tu ausencia hubo que tomar decisiones.
Charlie asintió.
-Y bueno, fue necesario rever el paquete accionario. Los accionistas estaban preocupados de que vos pudieras seguir estando alejada por mucho tiempo.
-Pero...-intentó balbucear Agatha
-Viste como es la gente –se apresuró Charlie. Así es que...-hizo una pausa mirando a Norah.
-¿Qué? –insistió Agatha
-Bueno, que ya no tenés el noventa y dos por ciento –afirmó Norah. Ahora yo tengo el cuarenta y cinco y vos el cuarenta y siete.
-¿Cómo? –explotó Agatha que no podía creer lo que estaba escuchando.
-Fue una mera formalidad –dijo Charlie sin mucho convencimiento.
-Sí, sí, además seguís siendo la presidenta y la socia mayoritaria –acotó Norah.
-Ah, pero muchas gracias –sonrió socarronamente Agatha, intentando en vano ponerse de pie-. ¿Tengo que agradecerles por eso?
-Bueno, no te lo tomes así –dijo seriamente Norah. Al final, lo único que hicimos fue querer ayudarte y mirá cómo reaccionas.
-¿Y cómo querían que reaccione? ¿Qué los felicitara???
-Pero tía Agatha. –Le sonó asqueroso que Charlie la llamara así en ese momento- No hagas drama donde no lo hay.
-¡¿Y qué debería hacer?!- explotó de rabia intentando una vez más ponerse de pie.

Charlie y Norah la aferraron de los brazos para ayudarla.

-No me toquen, gracias, puedo sola –dijo Agatha con el hilo de dignidad que le quedaba. Se puso de pie y salió del despacho, cerrando la puerta a sus espaldas.

El pasillo estaba desierto. Agatha fue al baño a lavarse la cara e intentar recomponerse. Mando un mensaje a George, necesitaba de él. La imagen del espejo le devolvió una mujer cansada, el suéter blanco peludito contrastaba con su desilusión y quedaba ahora ridículo a la luz de lo que estaba sucediendo.

De golpe, la sorprendió María, la jefa de limpieza.
-¡Señora Agatha, que alegría verla! –la saludó con un extraño gesto de tristeza que expresaba un “yo lo sé, todos lo sabemos.”
Agatha tenía un nudo en la garganta.
-Permítame decirle algo, señora, con tanto respeto –empezó María-. Yo no soy nadie acá pero con eso de andar con la gamuza en la mano, una se entera sin querer de muchas cosas. Y por lo buena que ha sido usted conmigo, me siento en obligación de contarle lo que sé.

Y sí, sucede que la gente de dinero siempre tiene alrededor aquellos que por lameculos o por sentirse importantes se ocupan de traer noticias que de otro modo, no se hubieran sabido.

-Te escucho, María.
-La Sra Norah y el Sr Charlie tienen una relación –escupió.
-¿Qué decís?
-Sí, señora, usted disculpe, pero yo los vi.
-¿Qué viste, María?
-Los vi besarse y otras cosas... en su despacho, señora.
-¿Otras cosas?
-Bueno, usted sabe....
Agatha quedó muda-. Quizás te pareció –dijo con un hilo de voz.
-No, señora –dijo con firmeza- Los escuché pero además tengo pruebas –agregó con satisfacción.
-¿Pruebas?
-¿Vio ese sillón enorme que pusieron? Más de una vez encontré manchas... bueno, de esas manchas, ¿entiende? Las mismas que deja mi hijo en el sillón de casa cuando viene la noviecita.
-No lo puedo creer. Aunque... –Agatha se hablaba a sí misma, recordando aquella mirada que había captado ese día en la clínica-. Gracias, María, realmente se lo agradezco.
-De nada, señora, para lo que necesite.
Agatha salió del baño, de la empresa, del edificio.

Algo similiar le sucedió con una vecina, la viejita del piso de abajo, Mrs Wittingham, una anciana sola que vivía con una enfermera que la cuidaba, sólo unos años menos anciana que ella. Era sabido que ambas viejitas conocían vida y obra de todos los habitantes y visitantes del edificio. A eso se dedicaban. De hecho, era común verlas sentadas en el gran hall del edificio charlando con el portero, pasando las largas tardes de verano.
Mrs Wittigham la llamó por teléfono para invitarla a bajar y tomar un té de bienvenida, y de paso contarle algunas cosas. Agatha aceptó imaginándose que habría más sorpresas por descubrir.

-Oh, Agatha, estoy tan feliz de verte en pie.
-Dijeron que no podrías volver a caminar –acotó la enfermera.
-Sí, pero por suerte, acá estoy.
-Sin embargo, te veo triste, querida.
-Sí, es verdad. Muchos problemas en la empresa.
Ambas ancianas se miraron.
-De eso quería hablarte.
-¿De qué cosa? –preguntó extrañada y sospechosa.
-Bueno, mirá, yo estoy debajo de tu casa, mi dormitorio está debajo del tuyo y a pesar de mis años, todavía no he perdido el oído –dijo sonriendo. Hizo una pausa para ponerse seria-. Esa Norah y tu ahijado pasaban noches aquí, en tu cama, con la complicidad de Carmen, por supuesto.
La enfermera asentía a cada palabra.
-¿Carmen?
-Uf, sí, esa Carmen, latina tenía que ser - ¿viste como es esa gente? En un momento, cuando se supo que vos estabas confinada a la Clínica de Rehabilitación, se trajo a todo su familión de Colombia. Estuvieron como cuatro meses viviendo aquí. Un asco de gente –agregó con un gesto de desprecio-. ¿Vos no notaste nada raro?
-Sí, justamente... –balbuceó Agatha. Todo estaba como... usado.
-Eso, claro, me imagino, qué horror.
-Pero, ¿cómo hizo Carmen para costear la venida de su familia?
-Bueno, hay algo más –comentó Mrs Wittingham buscando la mirada cómplice de la enfermera quien asintió como diciendo “contale”-. Norah le daba dinero a Carmen, aparte del sueldo, claro, supongo que para tenerla de su lado y comprar su silencio acerca de los encuentros amorosos. Y te digo algo más: Carmen en cualquier momento se va a trabajar con Norah.
-¿Cómo? –preguntó Agatha que ya no daba más de tanta información que le causaba tanto dolor. Se sentía como lo que era: la última en enterarse de cómo la estaban usando.
-Sí, eso lo supimos a través de John, el portero, que las escuchó hablar un día cuando fue a dejar correspondencia. Estaban hablando de dinero. Norah le estaba diciendo que le pagaría el doble y agregó: “Y hasta quizás no tengas que mudarte”.

Era inútil preguntarles cómo lo sabían. Seguro que hasta tenían una prueba irrefutable, como María.

-O sea, querida –siguió diciendo la anciana, no sé que están tramando pero cuidate por favor, no queremos que te suceda nada malo.

¿Nada malo? Ya le sucedía de todo, estaba devastada. Se sentía una tonta, traicionada por las personas por las que ella ponía las manos en el fuego. La única persona que la apoyaba era George que no sabía qué hacer para confortarla. Pero no le alcanzaba, estaba mal, cansada de luchar. No quiso contarle a su hija para no preocuparla. Ella tenía su vida, lejos, no la necesitaba, y era mejor dejarla al margen.

Fin de la segunda parte. Continúa leyendo la tercera y ultima parte aquí: Traiciones múltiples III

Mónica Gómez

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